Mares y océanos, valores más allá del azul

LOS DESAFÍOS

Esta breve introducción nos ha permitido recordar y poner en valor la relación existente entre el agua y el origen de la vida, entre el mar y las culturas humanas, así como de nuestra beligerante relación con este entorno marino. A continuación expondré, desde una visión más científica, los principales desafíos a los que nos enfrentamos que perturban a los mares y océanos del mundo, poniendo en grave riesgo su capacidad de resiliencia y como consecuencia nuestra propia supervivencia.

Superpoblación y huella ecológica

La mayoría de los problemas del mundo tienen un origen común, la superpoblación. Entre 1950 y 2010 el número total de habitantes del mundo se ha triplicado y llegará a cuadriplicarse en el año 2050, lo que afectará especialmente a las grandes ciudades costeras y a los territorios de sus conurbaciones. Durante las horas dedicadas a escribir este documento se han incorporado al mundo unas 180.000 personas más, una progresión que nos llevará a alcanzar los 8.600 millones de habitantes en 2030 (World Bank, 2019). Históricamente, el crecimiento de la población del mundo ha ido asociada a un crecimiento productivo y económico y, por lo general, también a un aumento de la renta per cápita. Por ejemplo, entre el período de 1971 y 2017, la población mundial se duplicó y la economía mundial se cuadruplicó pasando de 19,9 a 80,1 mil millones de dólares (FAO, 2018).

Para entender el enorme impacto ambiental que genera la superpoblación humana y, de forma específica, sobre los mares y océanos del mundo, vamos a recurrir al concepto de huella ecológica, un indicador que expresa la demanda humana sobre los recursos existentes en el planeta frente a su capacidad de regenerar dichos recursos y absorber los desechos resultantes del consumo (la biocapacidad). Así, cuando la huella ecológica de una región supera su biocapacidad, significa que se está usando el capital natural de manera no sostenible induciendo al colapso del ecosistema, el cual es incapaz de ofrecer los bienes y servicios suficientes para nuestra supervivencia. Actualmente, la huella ecológica de la humanidad se acerca a las 2,9 ha. por persona y año, lo que significa que necesitamos el equivalente a 1,75 planetas para mantener las tasas de crecimiento y consumo de toda la población mundial (GFN, 2018).

Huella ecológica, biocapacidad y déficit ecológico a escala mundial

Huella ecológica, biocapacidad y déficit ecológico a escala mundial. Cuando la huella ecológica de una región supera su biocapacidad, significa que se está usando el capital natural de manera no sostenible induciendo al colapso del ecosistema. Fuente: Global Footprint Network (GPN, 2019).

Pescar sin sembrar

La diferencia conceptual entre un agricultor y un pescador es que el primero debe sembrar la tierra para obtener sus frutos. El pescador, hasta ahora, ha recogido, no sin esfuerzo, lo que el mar le ha dado. El concepto de siembra no encaja en sus planteamientos, llevando a las pesquerías del planeta al borde de un colapso irreversible. Durante el período comprendido entre 1970 y 2018, el consumo humano de recursos naturales se triplicó, afectando muy directamente a la biomasa y productividad de las pesquerías más importantes del mundo donde el 40 % están sobreexplotadas y el 13 % colapsadas (Branch, 2011; FAO, 2018).

La fuerza de trabajo pesquero, en la mayoría de las economías desarrolladas, está envejeciendo rápidamente (el 60 % de sus miembros son mayores de 62 años) a razón de un 8 % anual en los últimos veinticinco años, un factor debido principalmente a la pérdida de atractivo de esta profesión para las generaciones más jóvenes. Pero la economía y el consumo todavía hacen de la pesca una profesión atractiva para muchas personas en distintas regiones del mundo. En China, donde se estima que más de 25 millones de personas trabajan en la captura de pescado, en la piscicultura y en las industrias de procesamiento asociadas, el atractivo económico se demuestra por el hecho de que un gran porcentaje de los pescadores no son habitantes locales, sino trabajadores migrantes del interior que tienen ingresos medios más altos que los que les ofrece la agricultura. La FAO establece proyecciones de consumo de pescado en distintas zonas del mundo que varían en función de la disponibilidad del recurso, los precios de mercado, la cultura social y el marketing. Por ejemplo, el Mediterráneo, representa aproximadamente el 1 % del volumen de capturas mundiales, pero el 6% del volumen de facturación mundial. Esto se debe a que, al igual que Japón, la proteína de origen marino está culturalmente muy bien valorada y forma parte de una dieta sana y equilibrada. En este contexto en el Mediterráneo, el esfuerzo pesquero es seis veces superior del que debería ser para hacerlo de forma sostenible (Ventura et al., 2009). Teniendo en cuenta que el consumo de pescado y de productos marinos ha aumentado en Europa en las últimas tres décadas en un 12 %, respecto a los años 80 y sabiendo que las proyecciones de la UE y la FAO (Failler et al., 2018), predicen que seguirán al alza, nuestro gran desafío es cómo vamos a obtener esa materia prima sin estresar más al ya debilitado ecosistema marino.

Incluso aplicando bien la legislación que regula el esfuerzo pesquero en forma de directivas, convenios internacionales, etc., es ineludible erradicar la pesca ilegal si queremos conseguir una reducción neta del esfuerzo pesquero y recuperar los stocks naturales que nos van a permitir seguir faenando en el mar. Hoy, Europa no alcanza a cumplir los objetivos de la política pesquera común (PPC) que busca su sostenibilidad ecológica, medioambiental y económica; unos objetivos que no se han conseguido alcanzar en casi ninguna zona marina del planeta.

Representación gráfica del nivel de explotación de las principales zonas de pesca del mundo

Representación gráfica del nivel de explotación de las principales zonas de pesca del mundo. (FAO, 2018, pág. 40). La diferencia conceptual entre un agricultor y un pescador es que el primero debe sembrar la tierra para obtener sus frutos. El pescador, hasta ahora, ha recogido, no sin esfuerzo, lo que el mar le ha dado.

La organización WWF internacional, en un informe del año 2019 sobre la pesca ilegal, estimó que el uso de las redes de pesca no declaradas y no reglamentadas generan más de 36,4 mil millones de dólares cada año. Estas capturas ilegales se mueven a través de cadenas de suministro opacas debido a la falta de sistemas para rastrear el pescado desde el lugar de su captura hasta el consumidor, la trazabilidad del producto pesquero no existe. En 2020, la FAO dio a conocer el Informe sobre el Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura (informes SOFIA), una radiografía bastante precisa sobre la situación y estado de la pesca y la acuicultura en el mundo. Un dato alarmante del informe es el nivel de sobreexplotación y el número de especies marinas amenazadas, siendo el mar Mediterráneo y el mar Negro, las áreas que más sobrepesca soportan de todo el mundo.

En la misma línea, la disminución de las barreras comerciales tanto en la zona europea como en el marco internacional, así como las mejoras en la calidad de los productos pesqueros procesados de
​​ los países en desarrollo, conducirá a una mayor presión pesquera sobre los ya extenuados caladeros del mundo. Aunque la acuicultura sea una actividad productiva de pescado y marisco en auge a escala mundial y pueda reducir la presión de la pesca de productos salvajes, la dependencia de las piscifactorías de la harina de pescado proveniente de la pesca natural a gran escala, la hacen poco sostenible. Esta compleja situación entre productividad pesquera y biocapacidad de los ecosistemas marinos, frente a la extracción insostenible e impactos ecológicos derivados del uso y/o abandono de artes de pesca (redes de deriva, palangres, etc.), implica una ineludible reestructuración de la industria pesquera a escala mundial. Necesitamos una pesca responsable que invierta en la conservación activa de los recursos marinos desde una visión holística e integrada. Este sector ocupa en el mundo aproximadamente a 37 millones de personas y solo China alberga el 32 %, un colectivo social que genera un gran impacto ecológico y medioambiental que solo podrá sobrevivir si son capaces de innovar y de proteger de manera responsable y coordinada el medio marino en su totalidad y desde una visión ecosistémica e interdependiente.

Además, hay que tener en cuenta que el cambio climático, la contaminación y la presencia de especies invasoras son también desafíos que hay que afrontar si queremos establecer una gestión adaptativa y eficiente del océano en su conjunto. Ello requerirá además la implementación de políticas activas, la formación de los colectivos y el uso de nuevas tecnologías que prioricen la conservación del vigor biológico de las especies objetivo y la capacidad de resiliencia de los ecosistemas marinos y oceánicos del planeta.

Autopistas sobre el mar

Actualmente el censo del número de buques que surcan las aguas de los mares y océanos del mundo supera las 1.806.700 unidades. El 90 % del comercio mundial se transporta diariamente por mar y en 2018 los volúmenes estimados del comercio marítimo mundial superaron los 10 mil millones de toneladas. Estos datos definen nuestra dependencia socioeconómica de los productos que provienen de ultramar. Curiosamente, si determinamos el número de buques en función de la carga que transportan, podremos conocer sobre qué tipo de productos principales se comercia en el mundo. En este sentido, derivado del censo que la Organización Marítima Internacional (OMI) realizó en 2018, tenemos que el 43 % son buques que transportan productos agrícolas a granel, un 28 % (503.343) son buques petroleros, un 13,5 % (244.274) son portacontenedores, un 3 % son buques de productos químicos y gas natural licuado (GNL) y un 4,1 % son los llamados buques multipropósito. A razón de estos porcentajes podemos determinar que los productos más importantes que se transportan son productos agrícolas para la alimentación, seguidos de hidrocarburos, principalmente petróleo y gas, también carbón y le siguen los productos manufacturados, concretamente vehículos, componentes electrónicos, ropa, maquinaria, etc.

Esta ingente cantidad de bienes y productos son transportados a través de grandes autopistas marinas que recorren el planeta sin descanso día y noche; una actividad que lleva asociada unos efectos colaterales negativos sobre los ecosistemas marinos como son la polución del aire con partículas nocivas por el uso de combustibles de baja calidad con altos contenidos de azufre, óxidos de nitrógeno y gases de efecto invernadero (GEI). Estos gases emitidos reducen significativamente la calidad de aire en zonas portuarias y grandes urbes costeras generando contaminación ambiental, formación de lluvia ácida y gases que favorecen el calentamiento global.

El transporte marítimo también conlleva un alto riesgo de contaminación de las aguas marinas por introducción de especies foráneas e invasoras que son transportadas en los cascos de los barcos y en los tanques de aguas de lastre de los buques. El Centro Europeo para la Prevención de Patógenos (ECDC) y su homólogo americano, el CDC, descubrieron en 2013 que a través de las aguas de lastre de los buques se trasladan cepas de bacterias infecciosas entre puertos a miles de kilómetros de distancia. En los últimos 50 años la contaminación por organismos foráneos ha desencadenado graves infecciones sanitarias en ciudades, además de la proliferación de especies invasoras muy agresivas que han generado un elevado impacto ecológico de consecuencias desastrosas para la biodiversidad autóctona y la producción pesquera. Por otro lado, la generación de residuos de la propia actividad del barco y de su mantenimiento, así como del plástico y de los embalajes derivados de la logística y de la carga y descarga, aumentan el impacto medioambiental de estas zonas costeras e incrementan su huella ecológica.

Otro efecto negativo son los incontables y persistentes derrames de crudo de los buques petroleros durante las tareas de llenado y vaciado de sus tanques y al navegar desde los pozos en alta mar hasta las refinerías que están a miles de millas marinas de distancia. Esta contaminación atomizada contamina el agua marina y afecta profundamente a la biodiversidad durante largos períodos. También el propio funcionamiento de los grandes motores de los buques genera un atronador, permanente y profundo ruido submarino que llega a cientos de millas marinas. Esta perturbación acústica afecta a la mayoría de las especies marinas que quedan aturdidas por las fuertes ondas de presión que se desplazan a gran velocidad por el agua, reduciendo la capacidad de comunicación entre los animales y desorientándolos. Por otro lado, los accidentes entre buques y embarcaciones náuticas sobre la fauna marina son también frecuentes, y afectan principalmente a grandes y pequeños cetáceos, tortugas marinas y a tiburones pelágicos, quedando heridos o mutilados, muchos de los cuales perecen.

Red de transporte marítimo mundial que muestra los impactos acumulativos en el océano

Red de transporte marítimo mundial que muestra los impactos acumulativos en el océano. La escala de colores y los números indican cambios en el impacto acumulativo de 2008 a 2014 (Halpern et al., 2015). Las perturbaciones acústicas submarinas generadas por los buques mercantes afectan a la mayoría de las especies marinas que aturdidas por las fuertes ondas de presión reducen su capacidad de comunicación y se desorientan. Imagen cedida por Pixabay.

Es necesario considerar también los accidentes marítimos, los cuales generan varamientos y hundimientos de barcos y contaminación generalizada del mar y en puertos durante las actividades de transbordo, mantenimiento o desguace de buques. La OMI intenta prevenir y actuar de forma coordinada en la mejora del transporte marítimo e impulsa, junto con otros instrumentos jurídicos regionales e internacionales, acciones e iniciativas en forma de convenios como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS), ratificado en 1994; el MARPOL de 1983 para la gestión eficaz de los residuos generados en los buques, o el Convenio Internacional de Aguas de lastre. A escala regional, el Convenio de Barcelona de 1976 para el Mediterráneo tiene el objetivo de prevenir y actuar de forma sistematizada en caso de accidentes y establecer una navegación y una gestión portuaria más ecológica y sostenible. Muchos países europeos, y empresas portuarias y de transporte marítimo y del mundo de la náutica, están adoptando importantes acuerdos destinados a mejorar la gestión portuaria y la navegación sostenible a través de acciones concretas como la creación de la European Sea Ports Organization (ESPO), que integra el proyecto EcoPorts (1997), el Port Environmental Review System (PERS) o el Green Marine Environmental Program (GMEP), un sistema de certificación voluntario que impulsa la industria marina norteamericana.

La contaminación del mar desde ríos y costas

La creciente polución de ríos, lagos y estuarios del mundo está contribuyendo a la contaminación masiva del mar y eso es motivo de alarma porque el 80 % de los residuos que se encuentran en el medio marino provienen de los ríos y las costas humanizadas. Debemos tener en cuenta que gran parte de la contaminación de las aguas costeras del mundo y, específicamente en mares cerrados como el Mediterráneo o el mar Negro, proviene de la contaminación orgánica de las aguas residuales de los pueblos y ciudades que hay en sus cuencas. Aguas que también aportan residuos de alimentos, aceites, microfibras («una prenda de ropa puede llegar a liberar más de 1.900 partículas por lavado», según la EPA), microplásticos, subproductos de higiene e infinidad de compuestos químicos como detergentes, ceras, siliconas, micropartículas de caucho, mezclado con bacterias, virus y otros microorganismos insalubres, además de efluentes de origen agrícola contaminados.

Toda esta materia orgánica de origen antropogénico que llega a las aguas costeras es un caldo de cultivo excelente para la proliferación de bacterias, microorganismos y algas que consumen el oxígeno disuelto en la columna de agua marina, empobreciendo hábitats y ecosistemas y favoreciendo la aparición de especies oportunistas e invasoras.

Gráfico que expresa en porcentajes el origen de los contaminantes químicos que llegan anualmente al mar

Una prenda de ropa puede liberar más de 1.900 partículas por lavado (EPA, 2016). El gráfico expresa en porcentajes el origen de los contaminantes químicos que llegan anualmente al mar. Fuente: Fundación RAED a partir de datos obtenidos en UNEP, 2018; UICN, 2017; Greenpeace 2019.

La ruta por la cual el plástico llega a los océanos es bien conocida y se inicia con la producción de plástico a escala mundial que en 2017 tuvo una estimación de 270 millones de toneladas. Esta producción genera unos 275 millones de toneladas de residuos plásticos/año, un volumen superior a la producción anual, dado que se incorporan estocs producidos de años anteriores más el cómputo del reciclaje. En las ciudades costeras del planeta que están a menos de 50 km de la costa (unos 2 mil millones de personas viven en esta franja litoral) se generan unos 99,5 millones de residuos plásticos/año y en estas zonas la mala gestión de los residuos plásticos genera 31,9 millones de toneladas/año de los cuales llegan al mar unos 8 millones de toneladas/año, el 20 % de los cuales queda flotando en superficie y el resto se hunde. Datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) de 2018 corroboran que los desechos plásticos causan la muerte de más de un millón de aves marinas cada año, así como de más de 100.000 mamíferos marinos. China es el principal vertedero de plástico, al arrojar alrededor de un millón de toneladas de basura al mar, debido en gran parte a su enorme población que vive cerca de las cuencas de los grandes ríos y también a lo largo de su extensa costa. Le siguen Indonesia, África, América Latina y la zona del Caribe, América del Norte, el Mediterráneo oriental y Europa.

En el atolón de Midway, una de las zonas de ultramar más remotas del mundo, los albatros y sus crías mueren por miles cada temporada por la ingesta accidental de plásticos. La imagen pone en evidencia la paradoja del consumismo desenfrenado frente a los impactos sobre el medio ambiente y la biodiversidad del planeta. Imagen cortesía de Cris Jordan.

Los albatros mueren por la ingesta accidental de plásticos

El plástico, una vez se ha producido, no se descompone, eso significa que todo el plástico que se ha fabricado desde sus inicios (1860) aún existe en nuestro planeta. Cuando el plástico está en contacto con el agua marina el proceso de oxidación y la radiación solar contribuyen a su gradual descomposición en fragmentos cada vez más pequeños, pero no desaparece. En 2017 la UICN estimó que los océanos del mundo contenían una media de 17.760 fragmentos de plástico por kilómetro cuadrado. Las grandes corrientes marinas hacen que el plástico flotante haya formado cinco grandes áreas de basura en lugares específicos (vórtices marinos) de los océanos del mundo. La mancha de basura plástica más extensa está en el Pacífico Norte y cubre un área oceánica que es aproximadamente el doble de la superficie de Francia, una masa flotante que en algunas zonas alcanza los 10 metros de profundidad.

Es incuestionable tener que reflexionar sobre nuestro modelo cultural de producción y consumo sin límite. Un estilo de vida que nos llevará inequívocamente al colapso de la naturaleza, de nuestra salud y a vivir forzosamente en ambientes degradados, una consecuencia más de nuestra falta de visión sobre lo que es realmente importante y esencial en nuestra existencia y como usufructuarios de los recursos finitos que alberga el planeta océano.

Polvo, arena y polución atmosférica sobre el mar

Para tener una percepción del impacto global que la humanidad genera sobre el mar es necesario comprender cómo la atmósfera interacciona a escala oceanográfica con el ecosistema marino y su red trófica. La atmósfera planetaria está intrínsecamente interconectada y las emisiones de gases y partículas volátiles que se generan en un volcán de una remota isla de Indonesia influyen en la nieve que cae en un glaciar de Alaska.

Las perturbaciones atmosféricas del norte de África generan colosales tormentas de polvo y arena que contienen minerales que son una fuente de nutrientes para el fitoplancton que crece en el Atlántico que, a su vez, proporcionará alimento a otras especies marinas activando la productividad de la cadena alimentaria marina, el funcionamiento del ecosistema vital oceánico y, entre otras muchas cosas, posibilitando la pesca. Ese polvo atmosférico también es esencial para la vida en la Amazonía, pues provee de nutrientes a los empobrecidos suelos de la selva, lavados una y otra vez por las frecuentes lluvias que existen en esta región tropical. Hoy podemos comprender la interconexión planetaria a través de la atmósfera y en este sentido, las actividades humanas generadas desde las ciudades, las industrias, las centrales térmicas y el transporte liberan en la atmósfera ingentes cantidades de gases y partículas contaminantes que tarde o temprano llegan al mar donde se acumulan.

Formación de fenómenos atmosféricos sobre el Sahara que genera el desplazamiento de masas

La formación de fenómenos atmosféricos sobre el Sahara genera el desplazamiento de masas de aire con polvo y arena (nutrientes minerales) que influyen en la productividad del océano Atlántico y gran parte de la costa del Brasil, cuenca del Amazonas y el mar Caribe. ESA/Sentinel 6 – 2020. Imagen cedida por Pixabay.

La contaminación atmosférica es uno de los mayores problemas ambientales y desafíos a los que nos enfrentamos. Más del 90 % de la población mundial vive en lugares que sobrepasan los niveles de calidad del aire establecidos por la OMS (Viatte et al., 2019).

La contaminación atmosférica es una mezcla compleja de muchos compuestos químicos y partículas que pueden llegar muy lejos desde su origen, un problema transfronterizo que afecta a cada ecosistema, hábitat e individuo de forma diferente y muy especialmente a los océanos, donde estas sustancias se van integrando en la vida marina por bioacumulación.

A continuación exponemos datos de dos contaminantes de referencia a escala mundial que utilizan la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) y la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) para determinar el nivel de impacto ambiental de las principales economías emergentes del mundo sobre los ecosistemas del planeta.

Tendencias de las emisiones de SO2 y NH3 sobre Europa, Estados Unidos, India y China

Tendencias de las emisiones de SO2 (panel izquierdo) y NH3 (panel derecho) sobre Europa (negro), Estados Unidos (azul), India (verde) y China (magenta). Fuentes: Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA, 2018), Agencia Estatal de Protección Ambiental (EPA, 2016) y Viatte et al. (2019)

El dióxido de azufre (SO2), derivado de la quema de hidrocarburos, es un precursor de la acidificación de los ecosistemas y de las masas de agua continentales. Una vez emitido, reacciona con el vapor de agua y con otros elementos presentes en la atmósfera, de modo que su oxidación en el aire da lugar a la formación de ácido sulfúrico y en consecuencia se genera lluvia ácida que afecta sobre todo a ecosistemas marinos litorales como deltas, estuarios y manglares. En el caso del amoníaco (NH3), que es un contaminante reactivo, se emite por el uso masivo de fertilizantes nitrogenados y de estiércol. Actualmente, sus emisiones son cuatro veces más altas que en la era preindustrial; un compuesto que genera la acidificación y la eutrofización de hábitats y ecosistemas costeros y continentales. Mejorar nuestra comprensión sobre el comportamiento de las masas de agua oceánicas y muy especialmente sobre su acoplamiento con la atmósfera es esencial para entender cómo influyen los diferentes tipos de contaminantes sobre el mar y en la vida marina a escala local y regional.

Los mares y océanos desempeñan un rol esencial para mantener la vida en la Tierra influyendo en los patrones climáticos del globo y permitiendo el desarrollo estable de innumerables ecosistemas de los que dependemos. Esta valiosa función natural está seriamente amenazada por los efectos del calentamiento global del planeta, el aumento de la temperatura del agua desus mares y océanos, la elevación del nivel del mar y la acidificación oceánica. En realidad, el cambio climático afecta a todos los hábitats y ecosistemas del planeta, bosques, ríos, lagos, selvas tropicales, sabanas y desiertos, también a las sociedades y a sus economías, pero el medio oceánico sigue siendo el epicentro del calentamiento global. A pesar de la elevada capacidad que tienen los océanos de absorber calor y el dióxido de carbono, actualmente están de media 0,17 grados Celsius (0,3 grados Fahrenheit) más cálidos que en el año 2000. Una tendencia que se está acelerando y, aunque parezca una elevación insignificante de temperatura, no lo es por la cantidad de calor que se acumula a escala global en la gran masa de agua marina y por la inercia térmica asociada que tiene importantes efectos a escala atmosférica que afectan a toda la biosfera.

El 90 % del calentamiento del planeta desde la década de los cincuenta del siglo pasado ha sucedido en los océanos, un dato científicamente preocupante por la cantidad de energía acumulada en forma de calor (Fujita, 2017). Las temperaturas cada vez más cálidas afectan a nuestros mares de distintas formas, la más significativa es la migración de los peces que buscan aguas más frías para su supervivencia, generando cambios en los patrones ecológicos de interdependencia entre las distintas especies. Las migraciones forzadas atraen a nuevas especies hacia latitudes más frías desplazando a las especies autóctonas, compitiendo por los recursos y afectando severamente a las pesquerías. Los océanos desempeñan un rol esencial influyendo en los patrones climáticos del globo al permitir el desarrollo estable de innumerables ecosistemas de los que dependemos.

Otro efecto derivado del aumento de las temperaturas del agua marina y del deshielo de zonas polares es el rápido incremento del nivel del mar que actualmente ya afecta muy gravemente a zonas insulares del pacífico y que en las próximas décadas anegará grandes extensiones litorales, costas bajas, zonas deltaicas, humedales y manglares. Todos ellos espacios litorales y ecosistemas de gran importancia ecológica que están desapareciendo o entran en regresión perdiendo su biodiversidad y que dejarán de ser las barreras naturales para la protección de las costas y de sus paisajes más idílicos afectando directamente a las zonas turísticas y a las ciudades más importantes del mundo.

Estructuras calcáreas desnudas y sin vida de corales de la gran barrera australiana

Estructuras calcáreas desnudas y sin vida de corales de la gran barrera australiana y que en 2017 y en
2018 sufrieron un blanqueamiento masivo abarcando una superficie de 350.000 km², aproximadamente la superficie de Alemania. Foto: Brett Monroe Garner / Greenpeace.

El blanqueamiento de los corales en todas las aguas tropicales y subtropicales del mundo fue observado de una forma más significativa a mediados de los años ochenta del siglo pasado por el Dr. Tom Goreau de la Global Coral Reef Alliance, como consecuencia de las temperaturas anormalmente altas relacionadas con el calentamiento global del mar. Actualmente, más del 60% de los arrecifes de coral del mundo, incluida la Gran Barrera australiana, están sufriendo blanqueamientos masivos que provocan la desaparición de hábitats de los que depende la supervivencia de miles de especies marinas. Recientes investigaciones demuestran que los océanos están experimentando episodios de calor más largos y severos que podrían llevar a estos ecosistemas marinos al colapso.

Otro factor importante es la acidificación del océano como resultado de la absorción de un tercio del CO 2 que el ser humano envía a la atmosfera, aproximadamente 22 millones de toneladas al día. El océano nos brinda un excelente servicio ecosistémico que es amortiguar sustancialmente el calentamiento global; esto se ha producido con un elevado coste ecológico. Se ha observado que la tendencia a la acidificación de los océanos es aproximadamente 30 veces superior que la variación natural. El pH superficial promedio del océano ha bajado en 0,1 unidades y supone un aumento del 25 % en la acidez, lo cual es muy significativo. La reducción del pH (mayor acidez) está dañando muchas especies marinas que utilizan carbonato de calcio para formar sus esqueletos y conchas y está demostrado que en el proceso natural de su formación (sistema CO 2 /carbonato) se ralentiza si el agua se vuelve demasiado ácida. La acidificación también está afectando a los arrecifes de coral que dependen de la formación de carbonato de calcio para construir la estructura del arrecife.

Diagrama que compara el estado de los carbonatos en los océanos

Diagrama conceptual que compara el estado de los carbonatos en los océanos bajo las condiciones de baja acidez a finales del siglo XIX con las condiciones de mayor acidez esperadas para el año 2100

Incluso el vasto océano tiene sus límites y nos enfrentamos a ello con unas consecuencias muy perjudiciales para la biosfera y para nuestras vidas. Para adaptarnos y desarrollar resiliencia frente al cambio climático es imperativo que aprovechemos las fortalezas y las oportunidades de los servicios ecosistémicos que el océano nos ofrece.

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