Mares y océanos, valores más allá del azul

INTRODUCCIÓN

Con el objetivo de ofrecer una visión sistémica y concisa sobre el estado ecológico del medio oceánico a escala global y de las dificultades que debe afrontar para superar los múltiples impactos que le inducimos, hemos orientado la primera parte del capítulo con un enfoque más emotivo y reflexivo para despertar la sensibilidad del lector. La segunda parte nos conducirá, a través de planteamientos más científicos, a evaluar datos recientes e información de referencia que unida a mi conexión con el medio marino nos ayudará a establecer una relación más responsable y respetuosa con el océano planetario.

Planeta agua

Nuestro planeta es excepcional y es el resultado de la azarosa evolución del universo que aún hoy no alcanzamos comprender. Fruto de complejos procesos cósmicos, la creación de los sistemas estelares son el principio motor para la transformación de energía y materia en complejas moléculas orgánicas que originan la vida tal como hoy la conocemos. La Tierra, nuestro hogar, es hoy por hoy única en el universo conocido pero seguramente en el lejano firmamento, más allá de nuestra capacidad de observación, existen otras formas de vida parecidas que aguardan a ser descubiertas. Nuestro excepcional planeta azul es predominantemente acuoso, efecto de la acción de las leyes de la física fundamental y la cuántica que han jugado a favor de la creación de la vida a partir de la combinación del carbono, el agua y de otros elementos esenciales.

La ciencia evolutiva defiende que la vida se originó hace miles de años en el mar, en los húmedos volcanes sumergidos a cientos de metros de profundidad y en unas condiciones de presión y temperatura parecidas a las que se pueden encontrar en otras partes del cosmos, producto de la combinación de los mismos elementos universales (Russell, 2014).

Nuestro cuerpo está formado en un 78 % de agua y nuestro plasma tiene un porcentaje de sales muy parecido al agua de mar (Quinton, 1904), lo que nos remonta a un origen mineral común en los pilares que constituyen la vida en su origen, el mar, al cual estamos intrínsecamente unidos. El éxito de la evolución de la vida en la Tierra se manifiesta en cada uno de los seres que la pueblan y el ser humano es, en gran parte, la mejor prueba de ello. Hoy la Tierra es un planeta eminentemente humano y eso es excelente, aunque con graves e incómodas consecuencias. Por un lado, somos seres inteligentes, creativos y versátiles, con un nivel de conciencia que traspasa sus propios límites y que nos ha permitido dominar el mundo; por otro, el desarrollo mal entendido y la superpoblación nos están arrastrando al colapso de nuestra propia civilización. Los grandes desafíos que se plantean indican que estamos viviendo al filo de lo imposible. Hoy, el quebradizo estado ecológico de nuestros mares y océanos es una prueba fehaciente y manifiesta de nuestra inconsistente y equivocada percepción de la realidad que nos acecha.

Superación y desarrollo frente al mar

En todas las costas del mundo las distintas culturas humanas han aprovechado los vastos recursos naturales existentes para sobrevivir y evolucionar con éxito: los aborígenes en Australia, los polinesios en el Pacífico; los mapuches en América del Sur y, entre otros, los inuits que aún resisten en el gélido y lejano Ártico. En el Mediterráneo, hace 90.000 años, en la costa norte de la actual Argelia, pequeñas poblaciones de humanos prosperaban gracias al mar y empezaban a transformar su entorno para sobrevivir.

Las antiguas culturas mediterráneas, desde los nagadas (antiguos preegipcios), pasando por los fenicios, griegos, persas y romanos, todas esas civilizaciones han utilizado el mar para obtener recursos naturales y desarrollarse: sal, algas y proteína marina, pero también utensilios, medicinas y otros productos que junto con los productos agrícolas se han utilizado para mercadear navegando a través del mar. Así empezó el comercio y la expansión a otros territorios, contribuyendo a la hibridación de las culturas y de la raza humana en esta zona del mundo (Cavalli-Sforza, 1994).

Este interesante fragmento de nuestra historia puede considerarse el inicio de la globalización de la humanidad, un proceso que, a pesar de los innumerables conflictos bélicos que se han sucedido a lo largo de la historia, no ha dejado de crecer. El Mediterráneo, cuna de la civilización occidental y el lugar de nacimiento de las tres religiones más influyentes del mundo, es un excelente laboratorio para estudiar y entender la convulsa conducta humana entre los pueblos y frente a su interacción con el entorno litoral y marino.

Actualmente, el paisaje litoral de la cuenca Mediterránea está profundamente transformado y si navegáramos en velero por sus 46.000 kilómetros de costa no dejaríamos de observar la presencia humana. Ciudades, puertos, carreteras, urbanizaciones, zonas industriales, refinerías, hoteles, complejos turísticos, paseos marítimos, caminos de ronda, casas y relictos pueblos pesqueros que hoy son importantes polos de atracción turística. En 2019, la Organización Mundial del Turismo calculó que el Mediterráneo acogería unos 420 millones de turistas, manteniendo así su condición de principal área turística del mundo que, unido a la población actual residente de 560 millones de personas, provocan una huella ecológica media de 3,5 ha por persona y año (Baabou et al., 2016).

Si navegáramos en velero a lo largo de todo el perímetro de la cuenca mediterránea no dejaríamos de ver la huella de la presencia humana. Costa del Maresme (Barcelona, España) a la altura de los municipios de Malgrat de Mar y Blanes
con la desembocadura del río Tordera.

Imagen cortesía de Miquel Ventura (Proyecto Mar y Agentes).

Huella de la presencia humana en la costa del Maresme-Barcelona-España

Hoy el 65 % de la población mundial (5,1 mil millones) vive a menos de cien kilómetros de las costas de algún mar u océano del planeta (Ventura et al., 2009), una tendencia que, según Naciones Unidas, se verá incrementada en el futuro. Este dato confirma la enorme presión que ejercemos en los ecosistemas litorales, sobre sus recursos naturales y sobre el mar y que se manifiesta en los importantes desafíos que debemos afrontar, como son la pérdida de biodiversidad de la cual dependemos, la contaminación de la cadena alimentaria de la que nos nutrimos, el calentamiento global que nos influye y condiciona o la pérdida de capital natural que necesitamos para seguir recibiendo beneficios de la naturaleza. Externalidades positivas que nos dan salud y bienestar y posibilitan el funcionamiento de gran parte de nuestra economía. Desafíos que hemos generado resultado de nuestra incapacidad de proceder de manera inteligente frente al uso ético y responsable del entorno natural, hoy transformado casi de forma irreversible. Esta incómoda realidad solo la podremos afrontar con éxito y esperanza si todas las naciones del mundo y sus líderes trabajan unidos, aportando recursos y a sus agentes más competentes para innovar, motivarnos y crear las sinergias necesarias y el impulso suficiente para superarnos.

Mirando al océano

La actual realidad de nuestra civilización en el mundo deja pocas alternativas de reacción si queremos seguir viviendo en paz y prosperidad en un planeta finito, superpoblado y con afán de desarrollo a cualquier precio. Esto significa, sin dudarlo, que debemos transformarnos en una civilización sostenible utilizando de forma responsable los recursos limitados que alberga la Tierra y facilitando el uso de los recursos renovables de forma ética y solidaria. Para ello es inevitable tener que mirar hacia el vasto océano como una alternativa viable para corregir algunos de los desafíos más importantes a los que la humanidad se enfrenta, como son la falta o el desperdicio de alimentos, el calentamiento global, la generación de energía, la salud y el bienestar. Es necesario ver al medio marino, del cual provenimos, como parte de nuestro destino para asegurar nuestra supervivencia como especie y para ello debemos ser capaces de seguir generando conocimiento útil a través de la ciencia para avanzar y adaptarnos mejor al devenir.

Mi experiencia en el diseño de proyectos y acciones de conservación del medio litoral y marino, con más de tres mil inmersiones realizadas, me otorgan el conocimiento suficiente para comprender el funcionamiento de los ecosistemas marinos que básicamente se rigen por cinco parámetros físicos que son la salinidad, el gradiente de luz, la humectación, la temperatura y la presión hidrostática. Más allá del trabajo profesional como científico y observador de la naturaleza sumergida, existen otros factores de importancia que surgen del continuo contacto con el mar y que condicionan la percepción humana de la realidad con este entorno líquido y son la admiración por su belleza y el respeto por su inconmensurable sabiduría y equilibrio que aún no alcanzamos a comprender.

Una vez conocí a Juan el pescador, un hombre bueno que vivía en una pequeña barraca frente al mar. Él me transmitió, con su saber, el conocimiento necesario para relacionarme con el mar y obtener todo aquello que deseara si lo hacía con noción y respeto. Esta bella experiencia es, en definitiva, una gran lección para la sociedad, pues cuando te sensibilizas y comprendes el lenguaje de la naturaleza, del mar en particular, entiendes muchas cosas, sobre todo que nuestros futuros están entrelazados, pues los mares y océanos del planeta, a pesar del deterioro que les hemos causado, siguen albergando recursos y generando servicios ecosistémicos que, utilizados con responsabilidad, permitirán nuestra permanencia como especie inteligente en este planeta azul.

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